EL FASCISMO NO SE FUE A NINGUN LADO
Existe cierta renuencia a catalogar como fascistas a partidos
políticos de la escena actual. Antes, se los prefiere llamar ultraderecha,
nacionalistas, o populistas de derecha. En el caso de los sectores derechistas,
está claro que el consenso antifascista -establecido luego de los horrores de
la segunda guerra mundial- les impide catalogar de esta manera a sus aliados en
la defensa del sistema capitalista. Aunque persigan los mismos objetivos y en
los hechos hayan demostrado ser exactamente lo mismo, los principios políticos
del fascismo y del liberalismo son antagónicos, por lo que esta histórica
asociación nunca será reconocida por estos últimos.
Los liberales, solo llamaran fascistas a los fascistas en
caso de disputa electoral entre ellos. Ahí, sí los señalarán y denunciarán; instrumentalizando
su oscuro legado para aglutinar al resto de las fuerzas democráticas en pos de
derrotarlos.
Por su parte, dentro de la izquierda, las razones son un
poco más complejas. Existe una parte que se niega a catalogar de esta forma a los
partidos de la ultraderecha actual, porque estos no se ajustarían estrictamente
a la definición académica de lo que se entiende por fascismo. Asumen, de esta
forma, que las ideologías son un sistema inmutable al paso del tiempo; no
reconocen que, al influjo de distintas circunstancias históricas, estas puedan
ajustarse y reconfigurarse.
Para estos, si el fascismo actual no es exactamente igual al
de la década del treinta del siglo pasado, entonces no es tal. El error de esta
posición, se torna en absurdo cuando, en muchas ocasiones, son los mismos que
continúan catalogando como de izquierda a partidos que han adoptado posiciones
liberales o incluso neoliberales ¿Acaso la izquierda, la centroizquierda o la
socialdemocracia mantienen hoy las mismas posiciones que en sus inicios? Hoy
resulta que existen partidos socialistas y comunistas que defienden el
capitalismo ¿Cuántos han sido los que han dejado de considerarlos como de
izquierda para empezar a reconocerlos como partidos de derecha?
Hay en estos casos, un malentendido sobre lo que es el
fascismo. El fascismo siempre se caracterizó por mantener un discurso anti
oligárquico y reivindicativo de los intereses populares. Por supuesto que esto se
limitó solo al plano discursivo, en realidad, han demostrado en los hechos que
no son más que otro de los representantes de la clase dominante, más específicamente,
el último recurso de estas cuando las masas ya no creen en las mentiras de los
liberales y amenazan con volcarse a la izquierda. Cuando las fuerzas
democráticas se hacen con las grandes mayorías, amenazando directamente el
orden capitalista, los fascismos irrumpen en la escena con el objetivo
declarado de aniquilarlas. Esta es otra marca identitaria de esta ideología: su
anti izquierdismo.
Si este propósito de eliminar a la izquierda se llevará a
cabo dentro de los marcos legales o por fuera de estos, dependerá de la fuerza
de las izquierdas. Si el poder de estas es de tal magnitud que no pueden ser depuestas
por medios electorales, ahí sí apelarán a la represión ilegal. En la
actualidad, por ejemplo, la debilidad de comunistas y socialistas no hace
necesario la instauración de ningún régimen totalitario. El fascismo no conduce
necesariamente a un gobierno dictatorial, su objetivo es la eliminación de la
izquierda, independiente de los medios para alcanzarlo.
Con su predica popular y contra las elites, los fascistas
buscan remplazar a socialistas y comunistas como representantes de las clases
bajas. Por eso, pese a que son liberales en lo económico, su retórica se aleja de
los principales preceptos de esta teoría. De esta manera, remplazan el
individualismo por un corporativismo que unifica a todos bajo una unidad
nacional. Todo el sistema teórico construido por el liberalismo para
fundamentar la superioridad de una economía de competencia libre, es negado en favor
de una sociedad mancomunada detrás de un único interés: la patria.
El nacionalismo es otra de las características de los
fascismos. También una impostura, por supuesto; ya que, como representantes de
la oligarquía y defensores del orden capitalista, abogan por que una minoría de
sus compatriotas continúen explotando a la mayoría de sus connacionales. Pero
apelando al patrioterismo, logran borrar los intereses contradictorios entre
las diferentes clases sociales de un país, negando la lucha de clases,
reconocida por la izquierda. Sin disputas ni enemigos internos dentro de los
marcos nacionales, inventan, convenientemente, enemigos externos: extranjeros,
otras naciones, religiones foráneas, etc. El fascismo siempre es racista.
En Estados Unidos, todas estas marcas identitarias están
presentes en Trump y en el Partido Republicano; en América del sur, se
encuentran claramente en Bolsonaro y en Milei. Cruzando el Atlántico, están el
Partido Popular español; la Liga y el gobierno de Melloni en Italia; el Partido
Conservador inglés; los Le Pen en Francia. Estos solo son los más
representativos, pero están presentes en casi todos los países de Europa y el
continente americano. Los que no han llegado a gobernar sus países, son la
segunda o tercera fuerza política.
Muchas de estas organizaciones, fueron fundadas por
personalidades o grupos reconocidamente fascistas, otras no tuvieron problemas
en incorporarlos a sus filas. Pero en los partidos en los que no se puede
establecer vínculos directos de este tipo, las coincidencias programáticas son
tales, que resulta pertinente considerarla una misma ideología.
La confusión sobre si un partido es fascista o no, se debe,
en gran parte, a que luego de la segunda guerra mundial difícilmente las
organizaciones políticas acepten esta etiqueta. Los crímenes del siglo pasado,
generaron que a estos partidos les sea imposible mantener públicamente todos
sus postulados, como por ejemplo, su antijudaísmo, otro rasgo indeleble del
fascismo.
El fascismo fue derrotado, pero no eliminado. Difícilmente
pueda liquidarse una ideología que moviliza sentimientos tan arraigados en la
civilización occidental; ni Hitler ni Mussolini inventaron nada, simplemente le
dieron un nuevo corpus a ideas sostenidas por la derecha que les precedió. El fascismo
no desapareció, pero se vio obligado a replegarse, empujado por el consenso
antifascista enarbolado por liberales e izquierdistas.
Este consenso implica que los que acepten esta denominación
serán marginados y condenados a representar a una minoría. De hecho, no debe existir
en el mundo partido alguno que se auto identifique bajo esa marca que tenga
representación parlamentaria; solo organizaciones por fuera del sistema
partidario. Es por esto que, dentro del mencionado repliegue -que sucede
naturalmente luego de una derrota de tal magnitud-, los fascistas que aspiran a
participar en la competencia política, deben renunciar a su etiqueta.
En busca de hacerse con las mayorías sociales, los fascistas
invariablemente deberán ocultar su nombre, sin embargo, en lo que atañe a sus
ideas, dependerá del momento y la posición que ocupen en sistema político. No
es lo mismo el fascismo disputando el poder, que el fascismo buscando conservar
el poder.
En un primer momento, para darse a conocer e irrumpir en el
escenario político, estos partidos expondrán públicamente, hasta los límites de
lo posible, su verdadera identidad. Hoy por hoy, dentro de los márgenes de lo
permitido se encuentra, sacar a relucir su odio contra la izquierda, los
extranjeros y determinadas minorías. Apoyados en la movilización de estos
sentimientos nacionalistas y racistas, tan extendidos en la sociedad, estos
partidos tienen el potencial de crecer hasta un treinta por ciento del
electorado, aproximadamente.
Para llegar hasta ahí, los fascistas apelarán a su falso
patriotismo, echando mano a los símbolos nacionales. Por otro lado, el peso de
la retórica anti oligárquica y populista en sus discursos dependerá de la
fortaleza de la izquierda y los liberales. Si estos son débiles, no precisará
de la demagogia, ni para disputarle a los primeros la representación de las
clases bajas, ni para confrontar con los segundos por su alineamiento con los
intereses de los ricos.
Una vez situados en una posición directa para la conquista
del poder, los fascistas comenzaran a ocultar aún más sus ideas más
reaccionarias, en función de la extendida concepción de que solo las opciones
moderadas y centristas alcanzan el gobierno. Lo mismo sucederá cuando, una vez
alcanzado el poder o determinada posición de privilegio, se dediquen a tratar
de mantenerlo. Con este objetivo, llegarán incluso a renegar del fascismo y de
sus lideres, incluirán minorías raciales en sus filas (medidas cosméticas que
casi nunca se traducirán en políticas concretas contrarias a sus postulados) y
establecerán alianzas con los judíos sionistas.
Porque al final, para los fascistas -al igual que para los
liberales- lo importante es tomar el Estado para vivir a costa de él y, la
mejor forma de hacerlo, es sirviendo diligentemente los intereses del poder
económico; aunque eso implique, en momentos de calma y estabilidad
político-social, dejar de lado sus ideas más extremistas.