miércoles, 20 de diciembre de 2023

 

EL FASCISMO NO SE FUE A NINGUN LADO

Existe cierta renuencia a catalogar como fascistas a partidos políticos de la escena actual. Antes, se los prefiere llamar ultraderecha, nacionalistas, o populistas de derecha. En el caso de los sectores derechistas, está claro que el consenso antifascista -establecido luego de los horrores de la segunda guerra mundial- les impide catalogar de esta manera a sus aliados en la defensa del sistema capitalista. Aunque persigan los mismos objetivos y en los hechos hayan demostrado ser exactamente lo mismo, los principios políticos del fascismo y del liberalismo son antagónicos, por lo que esta histórica asociación nunca será reconocida por estos últimos.

Los liberales, solo llamaran fascistas a los fascistas en caso de disputa electoral entre ellos. Ahí, sí los señalarán y denunciarán; instrumentalizando su oscuro legado para aglutinar al resto de las fuerzas democráticas en pos de derrotarlos.

Por su parte, dentro de la izquierda, las razones son un poco más complejas. Existe una parte que se niega a catalogar de esta forma a los partidos de la ultraderecha actual, porque estos no se ajustarían estrictamente a la definición académica de lo que se entiende por fascismo. Asumen, de esta forma, que las ideologías son un sistema inmutable al paso del tiempo; no reconocen que, al influjo de distintas circunstancias históricas, estas puedan ajustarse y reconfigurarse.

Para estos, si el fascismo actual no es exactamente igual al de la década del treinta del siglo pasado, entonces no es tal. El error de esta posición, se torna en absurdo cuando, en muchas ocasiones, son los mismos que continúan catalogando como de izquierda a partidos que han adoptado posiciones liberales o incluso neoliberales ¿Acaso la izquierda, la centroizquierda o la socialdemocracia mantienen hoy las mismas posiciones que en sus inicios? Hoy resulta que existen partidos socialistas y comunistas que defienden el capitalismo ¿Cuántos han sido los que han dejado de considerarlos como de izquierda para empezar a reconocerlos como partidos de derecha?

Hay en estos casos, un malentendido sobre lo que es el fascismo. El fascismo siempre se caracterizó por mantener un discurso anti oligárquico y reivindicativo de los intereses populares. Por supuesto que esto se limitó solo al plano discursivo, en realidad, han demostrado en los hechos que no son más que otro de los representantes de la clase dominante, más específicamente, el último recurso de estas cuando las masas ya no creen en las mentiras de los liberales y amenazan con volcarse a la izquierda. Cuando las fuerzas democráticas se hacen con las grandes mayorías, amenazando directamente el orden capitalista, los fascismos irrumpen en la escena con el objetivo declarado de aniquilarlas. Esta es otra marca identitaria de esta ideología: su anti izquierdismo.

Si este propósito de eliminar a la izquierda se llevará a cabo dentro de los marcos legales o por fuera de estos, dependerá de la fuerza de las izquierdas. Si el poder de estas es de tal magnitud que no pueden ser depuestas por medios electorales, ahí sí apelarán a la represión ilegal. En la actualidad, por ejemplo, la debilidad de comunistas y socialistas no hace necesario la instauración de ningún régimen totalitario. El fascismo no conduce necesariamente a un gobierno dictatorial, su objetivo es la eliminación de la izquierda, independiente de los medios para alcanzarlo.

Con su predica popular y contra las elites, los fascistas buscan remplazar a socialistas y comunistas como representantes de las clases bajas. Por eso, pese a que son liberales en lo económico, su retórica se aleja de los principales preceptos de esta teoría. De esta manera, remplazan el individualismo por un corporativismo que unifica a todos bajo una unidad nacional. Todo el sistema teórico construido por el liberalismo para fundamentar la superioridad de una economía de competencia libre, es negado en favor de una sociedad mancomunada detrás de un único interés: la patria.

El nacionalismo es otra de las características de los fascismos. También una impostura, por supuesto; ya que, como representantes de la oligarquía y defensores del orden capitalista, abogan por que una minoría de sus compatriotas continúen explotando a la mayoría de sus connacionales. Pero apelando al patrioterismo, logran borrar los intereses contradictorios entre las diferentes clases sociales de un país, negando la lucha de clases, reconocida por la izquierda. Sin disputas ni enemigos internos dentro de los marcos nacionales, inventan, convenientemente, enemigos externos: extranjeros, otras naciones, religiones foráneas, etc. El fascismo siempre es racista.

En Estados Unidos, todas estas marcas identitarias están presentes en Trump y en el Partido Republicano; en América del sur, se encuentran claramente en Bolsonaro y en Milei. Cruzando el Atlántico, están el Partido Popular español; la Liga y el gobierno de Melloni en Italia; el Partido Conservador inglés; los Le Pen en Francia. Estos solo son los más representativos, pero están presentes en casi todos los países de Europa y el continente americano. Los que no han llegado a gobernar sus países, son la segunda o tercera fuerza política.

Muchas de estas organizaciones, fueron fundadas por personalidades o grupos reconocidamente fascistas, otras no tuvieron problemas en incorporarlos a sus filas. Pero en los partidos en los que no se puede establecer vínculos directos de este tipo, las coincidencias programáticas son tales, que resulta pertinente considerarla una misma ideología.

La confusión sobre si un partido es fascista o no, se debe, en gran parte, a que luego de la segunda guerra mundial difícilmente las organizaciones políticas acepten esta etiqueta. Los crímenes del siglo pasado, generaron que a estos partidos les sea imposible mantener públicamente todos sus postulados, como por ejemplo, su antijudaísmo, otro rasgo indeleble del fascismo.

El fascismo fue derrotado, pero no eliminado. Difícilmente pueda liquidarse una ideología que moviliza sentimientos tan arraigados en la civilización occidental; ni Hitler ni Mussolini inventaron nada, simplemente le dieron un nuevo corpus a ideas sostenidas por la derecha que les precedió. El fascismo no desapareció, pero se vio obligado a replegarse, empujado por el consenso antifascista enarbolado por liberales e izquierdistas.

Este consenso implica que los que acepten esta denominación serán marginados y condenados a representar a una minoría. De hecho, no debe existir en el mundo partido alguno que se auto identifique bajo esa marca que tenga representación parlamentaria; solo organizaciones por fuera del sistema partidario. Es por esto que, dentro del mencionado repliegue -que sucede naturalmente luego de una derrota de tal magnitud-, los fascistas que aspiran a participar en la competencia política, deben renunciar a su etiqueta.

En busca de hacerse con las mayorías sociales, los fascistas invariablemente deberán ocultar su nombre, sin embargo, en lo que atañe a sus ideas, dependerá del momento y la posición que ocupen en sistema político. No es lo mismo el fascismo disputando el poder, que el fascismo buscando conservar el poder.

En un primer momento, para darse a conocer e irrumpir en el escenario político, estos partidos expondrán públicamente, hasta los límites de lo posible, su verdadera identidad. Hoy por hoy, dentro de los márgenes de lo permitido se encuentra, sacar a relucir su odio contra la izquierda, los extranjeros y determinadas minorías. Apoyados en la movilización de estos sentimientos nacionalistas y racistas, tan extendidos en la sociedad, estos partidos tienen el potencial de crecer hasta un treinta por ciento del electorado, aproximadamente.

Para llegar hasta ahí, los fascistas apelarán a su falso patriotismo, echando mano a los símbolos nacionales. Por otro lado, el peso de la retórica anti oligárquica y populista en sus discursos dependerá de la fortaleza de la izquierda y los liberales. Si estos son débiles, no precisará de la demagogia, ni para disputarle a los primeros la representación de las clases bajas, ni para confrontar con los segundos por su alineamiento con los intereses de los ricos.

Una vez situados en una posición directa para la conquista del poder, los fascistas comenzaran a ocultar aún más sus ideas más reaccionarias, en función de la extendida concepción de que solo las opciones moderadas y centristas alcanzan el gobierno. Lo mismo sucederá cuando, una vez alcanzado el poder o determinada posición de privilegio, se dediquen a tratar de mantenerlo. Con este objetivo, llegarán incluso a renegar del fascismo y de sus lideres, incluirán minorías raciales en sus filas (medidas cosméticas que casi nunca se traducirán en políticas concretas contrarias a sus postulados) y establecerán alianzas con los judíos sionistas.  

Porque al final, para los fascistas -al igual que para los liberales- lo importante es tomar el Estado para vivir a costa de él y, la mejor forma de hacerlo, es sirviendo diligentemente los intereses del poder económico; aunque eso implique, en momentos de calma y estabilidad político-social, dejar de lado sus ideas más extremistas.

 

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