miércoles, 20 de diciembre de 2023

 

EL FASCISMO NO SE FUE A NINGUN LADO

Existe cierta renuencia a catalogar como fascistas a partidos políticos de la escena actual. Antes, se los prefiere llamar ultraderecha, nacionalistas, o populistas de derecha. En el caso de los sectores derechistas, está claro que el consenso antifascista -establecido luego de los horrores de la segunda guerra mundial- les impide catalogar de esta manera a sus aliados en la defensa del sistema capitalista. Aunque persigan los mismos objetivos y en los hechos hayan demostrado ser exactamente lo mismo, los principios políticos del fascismo y del liberalismo son antagónicos, por lo que esta histórica asociación nunca será reconocida por estos últimos.

Los liberales, solo llamaran fascistas a los fascistas en caso de disputa electoral entre ellos. Ahí, sí los señalarán y denunciarán; instrumentalizando su oscuro legado para aglutinar al resto de las fuerzas democráticas en pos de derrotarlos.

Por su parte, dentro de la izquierda, las razones son un poco más complejas. Existe una parte que se niega a catalogar de esta forma a los partidos de la ultraderecha actual, porque estos no se ajustarían estrictamente a la definición académica de lo que se entiende por fascismo. Asumen, de esta forma, que las ideologías son un sistema inmutable al paso del tiempo; no reconocen que, al influjo de distintas circunstancias históricas, estas puedan ajustarse y reconfigurarse.

Para estos, si el fascismo actual no es exactamente igual al de la década del treinta del siglo pasado, entonces no es tal. El error de esta posición, se torna en absurdo cuando, en muchas ocasiones, son los mismos que continúan catalogando como de izquierda a partidos que han adoptado posiciones liberales o incluso neoliberales ¿Acaso la izquierda, la centroizquierda o la socialdemocracia mantienen hoy las mismas posiciones que en sus inicios? Hoy resulta que existen partidos socialistas y comunistas que defienden el capitalismo ¿Cuántos han sido los que han dejado de considerarlos como de izquierda para empezar a reconocerlos como partidos de derecha?

Hay en estos casos, un malentendido sobre lo que es el fascismo. El fascismo siempre se caracterizó por mantener un discurso anti oligárquico y reivindicativo de los intereses populares. Por supuesto que esto se limitó solo al plano discursivo, en realidad, han demostrado en los hechos que no son más que otro de los representantes de la clase dominante, más específicamente, el último recurso de estas cuando las masas ya no creen en las mentiras de los liberales y amenazan con volcarse a la izquierda. Cuando las fuerzas democráticas se hacen con las grandes mayorías, amenazando directamente el orden capitalista, los fascismos irrumpen en la escena con el objetivo declarado de aniquilarlas. Esta es otra marca identitaria de esta ideología: su anti izquierdismo.

Si este propósito de eliminar a la izquierda se llevará a cabo dentro de los marcos legales o por fuera de estos, dependerá de la fuerza de las izquierdas. Si el poder de estas es de tal magnitud que no pueden ser depuestas por medios electorales, ahí sí apelarán a la represión ilegal. En la actualidad, por ejemplo, la debilidad de comunistas y socialistas no hace necesario la instauración de ningún régimen totalitario. El fascismo no conduce necesariamente a un gobierno dictatorial, su objetivo es la eliminación de la izquierda, independiente de los medios para alcanzarlo.

Con su predica popular y contra las elites, los fascistas buscan remplazar a socialistas y comunistas como representantes de las clases bajas. Por eso, pese a que son liberales en lo económico, su retórica se aleja de los principales preceptos de esta teoría. De esta manera, remplazan el individualismo por un corporativismo que unifica a todos bajo una unidad nacional. Todo el sistema teórico construido por el liberalismo para fundamentar la superioridad de una economía de competencia libre, es negado en favor de una sociedad mancomunada detrás de un único interés: la patria.

El nacionalismo es otra de las características de los fascismos. También una impostura, por supuesto; ya que, como representantes de la oligarquía y defensores del orden capitalista, abogan por que una minoría de sus compatriotas continúen explotando a la mayoría de sus connacionales. Pero apelando al patrioterismo, logran borrar los intereses contradictorios entre las diferentes clases sociales de un país, negando la lucha de clases, reconocida por la izquierda. Sin disputas ni enemigos internos dentro de los marcos nacionales, inventan, convenientemente, enemigos externos: extranjeros, otras naciones, religiones foráneas, etc. El fascismo siempre es racista.

En Estados Unidos, todas estas marcas identitarias están presentes en Trump y en el Partido Republicano; en América del sur, se encuentran claramente en Bolsonaro y en Milei. Cruzando el Atlántico, están el Partido Popular español; la Liga y el gobierno de Melloni en Italia; el Partido Conservador inglés; los Le Pen en Francia. Estos solo son los más representativos, pero están presentes en casi todos los países de Europa y el continente americano. Los que no han llegado a gobernar sus países, son la segunda o tercera fuerza política.

Muchas de estas organizaciones, fueron fundadas por personalidades o grupos reconocidamente fascistas, otras no tuvieron problemas en incorporarlos a sus filas. Pero en los partidos en los que no se puede establecer vínculos directos de este tipo, las coincidencias programáticas son tales, que resulta pertinente considerarla una misma ideología.

La confusión sobre si un partido es fascista o no, se debe, en gran parte, a que luego de la segunda guerra mundial difícilmente las organizaciones políticas acepten esta etiqueta. Los crímenes del siglo pasado, generaron que a estos partidos les sea imposible mantener públicamente todos sus postulados, como por ejemplo, su antijudaísmo, otro rasgo indeleble del fascismo.

El fascismo fue derrotado, pero no eliminado. Difícilmente pueda liquidarse una ideología que moviliza sentimientos tan arraigados en la civilización occidental; ni Hitler ni Mussolini inventaron nada, simplemente le dieron un nuevo corpus a ideas sostenidas por la derecha que les precedió. El fascismo no desapareció, pero se vio obligado a replegarse, empujado por el consenso antifascista enarbolado por liberales e izquierdistas.

Este consenso implica que los que acepten esta denominación serán marginados y condenados a representar a una minoría. De hecho, no debe existir en el mundo partido alguno que se auto identifique bajo esa marca que tenga representación parlamentaria; solo organizaciones por fuera del sistema partidario. Es por esto que, dentro del mencionado repliegue -que sucede naturalmente luego de una derrota de tal magnitud-, los fascistas que aspiran a participar en la competencia política, deben renunciar a su etiqueta.

En busca de hacerse con las mayorías sociales, los fascistas invariablemente deberán ocultar su nombre, sin embargo, en lo que atañe a sus ideas, dependerá del momento y la posición que ocupen en sistema político. No es lo mismo el fascismo disputando el poder, que el fascismo buscando conservar el poder.

En un primer momento, para darse a conocer e irrumpir en el escenario político, estos partidos expondrán públicamente, hasta los límites de lo posible, su verdadera identidad. Hoy por hoy, dentro de los márgenes de lo permitido se encuentra, sacar a relucir su odio contra la izquierda, los extranjeros y determinadas minorías. Apoyados en la movilización de estos sentimientos nacionalistas y racistas, tan extendidos en la sociedad, estos partidos tienen el potencial de crecer hasta un treinta por ciento del electorado, aproximadamente.

Para llegar hasta ahí, los fascistas apelarán a su falso patriotismo, echando mano a los símbolos nacionales. Por otro lado, el peso de la retórica anti oligárquica y populista en sus discursos dependerá de la fortaleza de la izquierda y los liberales. Si estos son débiles, no precisará de la demagogia, ni para disputarle a los primeros la representación de las clases bajas, ni para confrontar con los segundos por su alineamiento con los intereses de los ricos.

Una vez situados en una posición directa para la conquista del poder, los fascistas comenzaran a ocultar aún más sus ideas más reaccionarias, en función de la extendida concepción de que solo las opciones moderadas y centristas alcanzan el gobierno. Lo mismo sucederá cuando, una vez alcanzado el poder o determinada posición de privilegio, se dediquen a tratar de mantenerlo. Con este objetivo, llegarán incluso a renegar del fascismo y de sus lideres, incluirán minorías raciales en sus filas (medidas cosméticas que casi nunca se traducirán en políticas concretas contrarias a sus postulados) y establecerán alianzas con los judíos sionistas.  

Porque al final, para los fascistas -al igual que para los liberales- lo importante es tomar el Estado para vivir a costa de él y, la mejor forma de hacerlo, es sirviendo diligentemente los intereses del poder económico; aunque eso implique, en momentos de calma y estabilidad político-social, dejar de lado sus ideas más extremistas.

 

viernes, 24 de noviembre de 2023

LOS ARGENTINOS NO SE EQUIVOCARON TANTO

La Argentina acaba de elegir a un payaso fascista como presidente, y la mayoría se pregunta como puede ser que hayan optado por un candidato tan impresentable. Pero si el ganador hubiese sido Massa ¿Qué diría esto de los argentinos? ¿Era la decisión correcta votar al representante de una administración que sumió al 40% de la población en la pobreza? Los candidatos oficialistas ganan o pierden elecciones de acuerdo a la gestión del gobierno. Casi nada puede quitarle la victoria a un partido que favoreció a las grandes mayorías. Pero el peronismo fue en contra de los intereses del pueblo.

En estos cuatro años, la presidencia de Alberto Fernández llevó adelante una política de destrucción de los salarios que condenaron a casi la mitad de los argentinos a la pobreza. Durante todo el periodo se gobernó para los intereses del gran empresariado; mientras que las medidas en favor de los trabajadores solo aparecieron después de derrota en las PASO. Medidas que, por supuesto, solo fueron migajas para paliar la situación, ninguna rectificación sobre el rumbo que trajera cambios sustanciales en la vida de la gente ¿En serio creyeron que el pueblo sería tan estúpido? Y todo esto luego de ganar las elecciones en 2019 haciendo campaña con que rescatarían al país luego de la debacle de Macri ¿Hubiese sido una decisión inteligente renovarle la confianza a un gobierno que los empobreció y les mintió descaradamente?
Como ministro de economía durante mas un año, Massa fue el máximo responsable de destruirle la vida a los que menos tienen para que los ricos sean cada vez más ricos. Pero cuando llegaron las elecciones, no había día que no presentara alguna política compensatoria para el ingreso de los trabajadores ¿De verdad pensaron que la gente no se daría cuenta que lo único que les importaba era ganar las elecciones? En campaña Massa prometió hacer todo lo que no quiso hacer cuando acumuló todo el poder desde el ministerio de Economía ¿Qué hubiera dicho de la inteligencia de los argentinos si elegían a esta persona como presidente?
Además, no fueron solo estos cuatro años en los que peronismo volvió a demostrar lo poco que le importa la gente. Los últimos tres años del gobierno de Cristina también fueron un desastre para los argentinos. Con los Kirchner la pobreza bajó hasta 2012, pero en 2013-2015 se disparó a 27%-30%. Fueron tiempos de pérdidasalarial y crecimiento de la pobreza. Por lo que, en los últimos siete años de los peronistas en el poder lo único que hicieron fue atacar los ingresos de quienes dicen defender.
A propósito de Cristina, luego de designar a dedo a Alberto Fernández en 2019 -siendo perfectamente consciente de los intereses que representaba-, intentó desligarse de su gestión aduciendo que desde su cargo como vicepresidenta carecía de todo poder para decidir sobre las políticas del gobierno ¿En serio creen que a la gente no le generó nada semejante acto de cinismo? Cuatro años después, la misma Cristina volvía a elegir por su cuenta quien sería el candidato; y, nuevamente, se decidió por un representante de la derecha peronista, que también había sido parte de su gobierno, para luego pasarse a posiciones abiertamente anti kirchneristas ¿De verdad esperaban que el pueblo argentino aceptara el mismo camino que los había llevado al desastre? 
Ciertamente la victoria del impresentable de Milei no ayuda a tratar de comprender la lógica de la decisión tomada por los vecinos; pero esta es evidente. Hubiera sentado un gravísimo antecedente (otro más) que el pueblo eligiera al ministro de Economía de un gobierno que se dedicó sistemáticamente a atacar sus intereses; hubiera sido lamentable que volvieran a optar por quienes los engañaron hace tan solo cuatro años. Resulta increíble, pero ni siquiera se preocuparon por cambiar sus mentiras de campaña. Durante todo el gobierno de Macri prometieron que iban a echar al FMI, pero cuando llegaron al poder terminaron pactando con el FMI, y luego, para mantenerse en el gobierno, hicieron campaña contra la presencia del Fondo en el país.
No satisfechos con empobrecer a los argentinos, también se les burlaron en la cara. En noviembre del año pasado Cristina había dicho que no se arrepentía de haber elegido a Alberto, y un año más tarde se desentendía de su gestión ¿Acaso la gente tenía que volver a acatar su orden, para en 2024 tener que escucharla decir que no tenía nada que ver con Massa? El Kirchnerismo y el peronismo volvieron a demostrar que les interesa más controlar el Estado que el bienestar del pueblo. Ante tanta desvergüenza y cinismo, el 36.78 % que Unión por la Patria consiguió en la primera vuelta fue la peor votación de la historia del peronismo.
Es cierto que los argentinos cometieron un grave error al elegir a Milei como presidente; pero al mismo tiempo, no se equivocaron cuando eligieron de entre los dos candidatos, por el único que proponía un cambio, el único que despotricaba contra la casta y contra el sistema establecido. Aunque resulte contradictorio, si bien los argentinos finalmente fueron engañados por las mentiras populistas de los fascistas, no se equivocaron en elegir la única opción rupturista y radical disponible. Ante la falacia de que solo la moderación es la estrategia para ganar una elección, la decisión del pueblo argentino debe destacarse y resaltarse.
Tampoco se puede dejar pasar que, nuevamente, quedo expuesta la mentira de que la derechización de los partidos que dicen representar a los trabajadores es una garantía para llegar al poder. Pero hay otro aspecto muy valorable en el comportamiento electoral de la ciudadanía, específicamente en lo que respecta al votante de la derecha. Desde que asumió en 2003 Néstor Kirchner, liberales y fascistas comenzaron a trabajar para poder sacarlo de la Casa Rosada. Luego de un arduo camino, en 2015 lograron unificar a la derecha y volver al poder. Sin embargo, quienes convirtieron a Macri como presidente, entendieron que este los había defraudado, y en vez de darle otra oportunidad, lo hicieron a un lado. No solo no se pudo presentar ni como precandidato dentro del partido que el mismo había fundado, sino que su representante ni siquiera pasó a la segunda vuelta. En cambio, optaron por un candidato nuevo.
Por más increíble que sea, hay que reconocer que en esta decisión de la derecha argentina hay muestras de una dignidad, una racionalidad y un coraje pocas veces visto en el electorado de cualquier país del mundo. Fue sumamente digno el no dejarse engañar nuevamente por quienes incumplieron años atrás con sus compromisos de cambios y, resistiendo cualquier compromiso emocional con el macrismo -que ellos mismos ayudaron a construir y del que formaban parte-, en un acto puramente racional, lo descartaron y optaron por una opción nueva. Encima, tuvieron el coraje de elegir una opción que parecía imposible que pudiese hacerse con la victoria, en las antípodas de lo que se considera un buen candidato.
Este comportamiento es sumamente novedoso en política. Sin duda debe haber casos, pero no deben ser muchas las veces en que un electorado le concede solo una oportunidad a sus representantes, y luego no los elige ni para ir a disputar un ballotage.
El pueblo se puede equivocar, pero generalmente, la culpa no es del pueblo. En este caso puntual, la gran culpable de la victoria de Milei es Cristina Fernández de Kirchner. Ella, por haberlo elegido, es la máxima responsable del desastre que fue para los trabajadores el gobierno de Alberto Fernández. Y fue ella, al designar a Sergio Massa como candidato, quien puso a los argentinos en la disyuntiva de elegir entre fascismo y liberalismo; dos opciones inaceptables para quienes no se reconocen como derechistas.


sábado, 18 de noviembre de 2023

 

¿DE DONDE SACARÁ MASSA LOS VOTOS?

 

En primera instancia, si se analizan los números de la primera vuelta, el ganador debería ser Milei. La suma de votos del candidato de La Libertad Avanza y Patricia Bullrich da 53.8%. No obstante, a pesar de que se puede dar por hecho que gran parte de quienes votaron a la candidata de Juntos por el Cambio, lo harán por Milei, no todos los votos se transferirían mecánicamente. No solo diversos estudios así lo confirman, sino que la posición asumida oficialmente por el Partido Radical así lo indica. La decisión de no apoyar a ninguno de los dos candidatos, sumado al llamado de importantes dirigentes a votar por Massa -como el caso del presidente del partido, que dejó en claro que iba a respaldar al representante de Unión por la Patria-, ponen en duda ese 53.8%.

Casi con seguridad el candidato de La Libertad Avanza cuenta con un 46.86% del electorado, que es la suma del 29.86% de los votos conseguidos por Milei y los 16.81% de Bullrich en las PASO. Habría que ver cuántos votos de esta última podrían llegar a perderse en esta sumatoria, pero debería ser una porción marginal. Por tanto, es solo un pequeño margen el que separa a la ultraderecha de la mayoría. Menos de un 4%. Milei puede encontrar estos votos que les falta en el electorado de los candidatos que quedaron por el camino.

Si bien resulta imposible que todo el 11,19% que optó por Larreta en las primarias se incline por él -si no lo hicieron por la candidata de su partido en octubre, difícilmente lo hagan por una opción aún más extrema-, no obstante, debería captar la mayoría (no la totalidad) del 7% que, si votó a Bullrich, lo que lo dejaría muy cerca de la mayoría. De todas maneras, hay que recordar que Larreta no llamó a votar por Milei.

Más incierto es intentar dilucidar lo que pasará con los votos de Schiaretti. El cordobés casi duplicó su apoyo de una elección a la otra, pasó de 3.71% a 6.73%. Un 3.02% que se parece mucho al caudal de electores de Larreta que no aceptaron darle su confianza a Bullrich. Si eso es cierto, con seguridad habría que descartar que Milei logre captar algo dentro de este segmento. Por lo que el candidato de La Libertad Avanza solo podría acceder al universo de argentinos que eligieron a Schiaretti en las PASO.

En lo que respecta a este caudal de votos, hay que decir que, a priori, difícilmente la mayoría puedan trasladarse a Sergio Massa. El cordobés representa la disidencia peronista, si Massa -una candidatura de derecha que pretendía incorporar a los sectores justicialistas anti kirchneristas- no pudo unificar posiciones con el gobernador de Córdova, nada hace pensar que pueda hacerse con su electorado ahora en segunda vuelta.

A propósito de Massa, en principio, habría que decir que, en situaciones normales, no contaría con ninguna chance de ser elegido. Para los oficialismos, el factor determinante en una elección es su gestión de gobierno, y la administración de Alberto Fernández es un desastre que ha condenado al 40% de los argentinos a la pobreza. El veredicto popular sobre este desempeño es claro, el 36.78% conseguido por el actual ministro de economía es el peor de la historia del peronismo desde su primera elección en 1946. Y eso que presentó solo dos candidaturas. En 2019, Fernández y Lavagna (que declaró su apoyo a Massa) consiguieron en total 54.38 %. De ahí para atrás, siempre hubo un total de tres opciones dentro del peronismo: en 2015 todas sumaron 60.83 %, en 2011 67.93 %, en 2007 54.32 % y en 2003 60.81 %. En las de este año, Massa y Schiaretti alcanzaron un 43.51%.

Si el representante de Unión por la Patria llegase a captar todos estos votantes, aun quedaría a algo menos de 7% de la victoria. Además de las razones ya mencionadas para pensar que no todos los que votaron al cordobés votaran al ex intendente de Tigre, hay que decir que en 2015 el candidato peronista que paso al ballotage solo cosechó 48.66 %, quedando a 12.17% de la sumatoria de todos los candidatos peronistas en primera vuelta.

Del resto de los candidatos que se presentaron en octubre, Massa podría llegar a captar los 2.70% obtenidos por la izquierda. Así y todo, en el improbable escenario de que todo este caudal pase al peronista, alcanzaría el 46.21%. ¿Podrá captar lo suficiente para alcanzar la mayoría dentro del 7% de larretistas que votaron a Bullrich en octubre? Difícil. Los números a Massa no le cierran por ningún lado.

 Sin embargo, a pesar de todo esto, el actual ministro de economía todavía mantiene posibilidades ciertas de transformarse en el nuevo presidente de Argentina. Y la razón es que enfrente se encuentra Milei, un payaso fascista impresentable. De hecho, casi con seguridad, el crecimiento de Unión por la Patria haya sido en gran parte producto del miedo del electorado a Milei (y a Bullrich). El oficialismo pasó del 27.28% en las primarias, al 36.78%, ganando 3.134.450 votos. En comparación, Milei sumó 682.746 más, la candidata de Juntos por el Cambio perdió 516.918 votantes de Larreta y Schiaretti aumentó 887.256. Resulta claro que quien más se benefició de los grandes cambios generados en el escenario electoral por las PASO fue Massa.

Además de la fuerte campaña de miedo contra la candidatura de Milei, la grosera utilización el de la política social del gobierno también aportó para que, probablemente, Massa se quedara con la mayoría de los votos de los partidos que quedaron afuera de la primera ronda, así como el de los nuevos votantes. Si en las elecciones internas el acudió un 70.43% de los habilitados a las urnas, en octubre lo hizo 77.04%. Entre el aumento de la participación y la disminución de votos en blanco y nulos, se sumaron 2.999.093 más votos entre una elección y otra.

Las posibilidades de Massa parecen limitarse a dos escenarios. O bien, a lo conseguido en primera vuelta le suma todo el voto de Bregman en octubre y a quienes votaron a Schiaretti y Larreta en las PASO, lo cual lo posicionaría, aproximadamente, con 14.246.740 contra 11.491.810 de la sumatoria conseguida por Bullrich y Milei en la misma instancia. Además de lo complejo que resulta sumar votos de distintas elecciones -ya que puede ser que todo el trasvase de votos de Larreta a Massa que se intenta calcular ya se haya dado-, como se dijo anteriormente, resulta bastante improbable que el candidato de Unión por la Patria logre captar la totalidad de los electores de Schiaretti y Larreta.

El otro escenario sería que Milei logre más o menos retener sus electores y los de Juntos por el Cambio, es decir, algo así como 14.414.031 votos. En el caso de que Massa pudiese retener el voto de Schiaretti y Bregman, alcanzaría los 12.377.621. Por lo que, para ganar, Unión por la Patria precisaría que 2.036.392 de argentinos que no fueron a votar en octubre, lo hagan ahora en noviembre. Esto implicaría que casi el 83% de los argentinos habilitados concurriesen a las urnas. Teniendo en cuenta que en las últimas dos presidenciales la participación se movió entre el 80.77% y el 81.33%, y que hay que irse hasta las de 1999 para superar el 82%, las posibilidades de Massa en este escenario hipotético también parecen complicadas. Porque además precisa que este aumento se vuelque exclusivamente hacia su candidatura. Pero, así y todo, no es imposible que se transforme en el próximo presidente de la Argentina. En Estados Unidos la participación subió un 11.2% para que Biden le ganara a otro payaso fascista en 2020. Claro, que esto sucedió después de que Trump gobernara 4 años.

 

miércoles, 1 de noviembre de 2023

 

ESTADOS UNIDOS LE ESTA GANANDO LA GUERRA A RUSIA III

EL INICIO DE LA GUERRA DE ESTADOS UNIDOS CONTRA RUSIA II

Por más ilegitima y criminal que haya sido la imposición de regímenes vasallos por parte de la URSS en sus países vecinos, resulta difícil negar el carácter defensivo de esta política. Incluso cuando esta conducta imperialista no tuvo ese cometido, como en Turquía e Irán, tampoco se puede pasar por alto que se trata de territorios cercanos a las fronteras del gigante eslavo. Pero si estas razones no justifican el accionar del Kremlin en la región, mucho menos pueden explicar la presencia del ejército estadounidense, tan lejos de sus costas. Es innegable que las posiciones norteamericanas en la zona forman una avanzada contra los eslavos. No bien terminada la segunda guerra mundial, este indisimulado ataque contra la soberanía rusa, tuvo como una de sus bazas principales la bomba atómica.

El 14 de junio de 1946 Estados Unidos presentó en la ONU su plan para el control internacional de las armas atómicas, el cual incluía inspecciones y otros detalles que sin dudas los soviéticos rechazarían. Para Moscú, Estados Unidos pretendía monopolizar la producción de armas atómicas. El mensaje para los soviéticos quedo más que claro cuando los norteamericanos decidieron seguir adelante con una prueba atómica el 1 de julio en el atolón de Bikini, en las islas Marshal. En ese momento los estadounidenses ya contaban con un arsenal de bombas, plantas de fabricación en funcionamiento, bombarderos B-29 y B-36 para transportarlas y bases en la mitad del planeta desde donde estos despegarían.

Después de la segunda guerra mundial, Estados Unidos fue aumentando su arsenal atómico; pasando de trece a mediados de 1947, a las trescientas a mediados de 1950. También aumento su capacidad para utilizarlo. En 1948 se diseñó el Emergency War Plan, que proponía el uso de todo el arsenal atómico “en un solo ataque masivo” contra la URSS. El Estado Mayor Conjunto aprobó el plan a fines de año. Con ciertas reservas, Truman ratificó la decisión. En agosto de 1949 la URSS logró hacerse con la bomba atómica; el mismo año en que los comunistas lograron imponerse en China. Truman aceleró los planes para ampliar el arsenal estadounidense, y el Estado Mayor Conjunto pidió por el desarrollo de una bomba de hidrogeno.

Al mismo tiempo que cercaba a los soviéticos por el oeste, Estados Unidos movía fichas en su flanco este. Moscú observó cómo Washington reforzaba a Japón militar y económicamente, mandaba tropas a la isla y avanzaba hacia un tratado de paz sin ellos. Los generales norteamericanos advirtieron de que excluir a los rusos de dicho tratado podría provocar que atacasen Japón. Sin embargo, el 24 de junio de 1950 los soviéticos atacaron Corea del Sur, controlada por los estadounidenses. La guerra de Corea allanó el camino a la remilitarización estadounidense. Truman elevó el presupuesto de defensa de 1951, que casi duplicó el del año anterior. Este continuó creciendo hasta alcanzar los más de cincuenta mil millones de dólares en 1953 -es decir, poco más del 10% del PBI-, cuando en 1949 era de trece mil millones.  Y Corea era sólo una pieza en Asia, Estados Unidos también tenía intereses en Vietnam y Filipinas. A la par, la OTAN se transformó en una organización militar estable, con un comandante norteamericano y tropas estacionadas en Europa.

A causa de dos decisiones fundamentales de Washington, rearmar a Alemania y firmar un tratado de paz con Japón sin contar con ellos, la enemistad con los soviéticos aumentó.

Luego de la muerte de Stalin, el 5 de marzo de 1953, los nuevos dirigentes soviéticos actuaron con rapidez en pro de limar asperezas con Estados Unidos, y dieron a China y Corea instrucciones de comprometerse con la posibilidad del armisticio. El 27 de julio de 1953, dos años y diecisiete días después de iniciarse las conversaciones, China, Corea del Norte y Estados Unidos firmaron el armisticio. Sin embargo, Corea del Sur no lo hizo: por lo que, en agosto, el nuevo mandatario norteamericano, Dwight D. Eisenhower, aumentó las presiones trasladando veinte bombarderos nucleares B-36 a la base aérea de Kadena, en Okinawa, como parte de la Operación Big Stick.

El 12 de agosto de 1953 los soviéticos probaron con éxito una bomba de hidrógeno de cuatrocientos kilotones en Kazajstán, aunque mucho menos potente que la de sus rivales, Moscú recortaba distancias con Washington. Sin embargo, al mismo tiempo, eran los estadounidenses quienes se acercaban aún más a las fronteras de la URSS (esta vez por el sur). En agosto de ese mismo año, la CIA ayudó a derrocar al gobierno de Mossadeq en Irán; reinstalando en el poder al sah Reza Pahlevi -quien gobernaría 25 años junto a la Casa Blanca- en un país que compartía mil kilómetros de frontera con la URSS. Los soviéticos entendieron que, lejos de intentar recomponer las relaciones tras la muerte de Stalin, la Casa Blanca las tensionaba.

La amenaza nuclear había probado su efectividad contra los soviéticos; por lo que, en diciembre de 1954, Eisenhower ordenó el despliegue del 42% de las bombas atómicas y del 36% de las de hidrogeno en ultramar, muchas de ellas cerca de la URSS. El plan también posicionó armas nucleares en Europa occidental. En 1958 ya contaba con cerca de tres mil en el viejo continente. De hecho, el optimismo de Eisenhower por las armas nucleares, así como por su eventual uso, hizo que en su presidencia el arsenal pasara de mil a veintidós mil.

En todas estas disputas es innegable que Estados Unidos actuó como agresor y la Unión Soviética como agredida: fueron los norteamericanos quienes avanzaron sobre las fronteras de los eslavos y no al revés. Esto no justifica ni legitima el derecho que se arrogaba por aquel momento (y que se arroga ahora en Ucrania) Moscú a disponer de sus países vecinos para garantizar su propia seguridad, pero no puede ser pasado por alto a la hora de entender el conflicto entre ambas potencias. La amenaza occidental a Rusia era tan real ayer como lo es hoy, y no un invento de los eslavos. De hecho, Estados Unidos era un reconocido y abierto enemigo de la Unión Soviética, y la segunda guerra mundial solo fue un breve paréntesis (aunque no del todo) en su lucha contra los eslavos. El gobierno de Woodrow Wilson apoyo a los zaristas en la guerra civil rusa de 1918-1920 que buscaba derrocar al nuevo Estado Socialista, y junto a Francia y Gran Bretaña participó de la coalición internacional que invadió Rusia con él envío de 15.000 soldados estadounidenses. De hecho, Washington no reconocería al gobierno soviético hasta 1933.

La situación cambió con la segunda guerra mundial, aunque no del todo. Pese a que estadounidenses y soviéticos formaron alianza para combatir a Alemania, lo cierto es que Roosevelt y Churchill dejaron deliberadamente que los nazis infligieran el mayor daño posible a la Unión Soviética antes de intervenir en Europa. Cuando en 1939 Hitler invadió Checoslovaquia, el avance alemán hacia el este encendió las alarmas en Moscú. Stalin entendió que pronto le llegaría el turno a su país, por lo que hizo un llamado a Londres y Paris para conformar un bloque en defensa de Europa oriental; sin obtener respuesta. En realidad, esta no era la primera vez que lo hacía. El Kremlin llevaba años pidiendo a occidente un pacto para detener a Hitler y a Mussolini, al punto de unirse a la Sociedad de Naciones estadounidense en 1934. Sin embargo, ninguna de las potencias había accedido a adoptar medidas de seguridad conjuntas frente a los fascistas. El 22 de junio de 1941 los temores de los soviéticos se hicieron realidad, Alemania ponía en marcha la Operación Barbarroja.

Ya en septiembre de 1941 el dictador soviético reclamó la apertura de un segundo frente en Europa. Solicitó a los británicos que invadieran el norte de Francia y que enviaran veinticinco o treinta divisiones a la URSS. Sin embargo, Roosevelt optó por desembarcar en el norte de África en junio de 1942. Mientras los alemanes avanzaban hacia Stalingrado, Estados Unidos se lanzaba a la conquista del continente africano, del Mediterráneo y de Oriente próximo, que los nazis amenazaban con arrebatarle a los británicos. Luego de derrotar a las potencias del eje en esta zona, los estadounidenses desembarcaron en Europa -el 10 de julio de 1943-, pero en el sur italiano.

Para compensar el hecho de haber dejado que la URSS soportara todo el peso de la lucha contra Alemania en Europa, Washington le envió material militar a los soviéticos. Sin embargo, este recién se concretó una vez iniciada la Operación Barbarroja, y así todo, no estuvo exento de problemas. A finales de diciembre de 1941, Averell Harriman, representante de Estados Unidos ante la URSS, calculaba que su país había mandado solo una cuarta parte de lo prometido a las autoridades de la Unión Soviética; y para colmo, la mayor parte de lo enviado era defectuoso. Los suministros se fueron regularizando a lo largo del año siguiente. Al final del conflicto, de los 50 mil millones de dólares que Estados Unidos proporcionó a los Aliados en el marco de La ley de Préstamo y Arriendo, 11 mil millones fueron para la URSS. En comparación, los británicos recibieron 31 mil millones.

El 6 de junio de 1944 fue el día en que finalmente se produjo la apertura del tan esperado segundo frente. No parece para nada casual, que Washington se haya decidido a desembarcar en Francia una vez que los soviéticos pasaron a controlar gran parte de Europa central y, cuando al parecer, los alemanes ya le habían infligido todo el daño que podían infligirle. La lucha contra los alemanes en Europa ya estaba prácticamente ganada y, hasta ese momento, la Unión Soviética era casi la única responsable. Hasta la invasión de Normandía, la URSS debió hacer frente a más de doscientas divisiones enemigas; en tanto que estadounidenses y británicos tuvieron que lidiar con no más de diez. El tercer Reich perdió seis millones de hombres en el frente oriental, y aproximadamente un millón en el occidental y el Mediterráneo.

lunes, 30 de octubre de 2023

 

ESTADOS UNIDOS LE ESTA GANANDO LA GUERRA A RUSIA II

 

EL INICIO DE LA GUERRA DE ESTADOS UNIDOS 

CONTRA RUSIA

Al único que le sirve una guerra larga en Ucrania es a Estados Unidos, no a Rusia. La primera economía del mundo se encuentra en mejor posición para soportar este esfuerzo que la octava. De hecho, los estadounidenses vienen sometiendo a una lucha de larga duración a los rusos desde el fin de la segunda guerra mundial. El avance militar que hoy los tiene a las puertas de Rusia comenzó por aquellos años. Fue Washington el que comenzó lo que se conoce como guerra fría.  

Según deja constancia Truman en sus memorias, en una reunión mantenida el 20 de abril de 1945 (ocho días después de su toma de posesión como presidente y dos días antes de su primera entrevista con el canciller soviético Molotov) el embajador estadounidense en la URSS le comentó que, “el gobierno soviético no deseaba romper con Estados Unidos porque necesitaba nuestra ayuda en su programa de reconstrucción. Consideró que, por esta razón, podríamos mantenernos firmes en cuestiones importantes sin correr riesgos graves”. Truman le dijo que sabia “que los rusos nos necesitaban más que nosotros a ellos” (Memorias de Harry Truman, Year Of Decisions Vol I, 1955, 86-87).

Los soviéticos habían ganado la guerra, pero necesitaban desesperadamente toda la ayuda económica que pudieran conseguir para reconstruir su país, y la única nación que se las podía otorgar era Estados Unidos. Los norteamericanos habían casi duplicado sus exportaciones y PBI con respecto a antes de la guerra. La producción industrial durante el conflicto creció un 15% anual. Poseían dos terceras partes de las reservas mundiales de oro y concentraban tres cuartas partes de las inversiones de capital. Su economía producía un 50% de los productos y servicios del planeta. Esto los coloco en una posición de debilidad a la hora de rediseñar el futuro del nuevo orden internacional reservado para el bando victorioso: necesitaban mantener las buenas relaciones con occidente. Esta precaria situación de postguerra obedece a que la URSS no había elegido estratégicamente el conflicto, fue una pelea por su supervivencia; tal como ocurre hoy con la guerra ucraniana. Y que se halla alzado con la victoria no cambia esa realidad.

Truman estaba decidido a que Estados Unidos mantuviera una cuota de poder en el este europeo. En la mencionada reunión con Molotov le exigió la inclusión en el nuevo gobierno polaco de representantes del gobierno de aquel país en el exilio en Londres, de carácter totalmente anticomunista (Memorias de Harry Truman, 96-99). A mediados de septiembre de 1945, el secretario de Estado James Byrnes le exigió al canciller soviético la implementación de una política aperturista en Europa oriental. De esta forma, mientras Estados Unidos imponía regímenes afines en el oeste europeo, demandaba a la URSS una política diferente. Fue así como, pese a que al finalizar la guerra el ejército soviético ocupaba Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Hungría y Bulgaria, Stalin accedió a la exigencia estadounidense y en la Europa liberada por los soviéticos instauró gobiernos afines (incluida Polonia), pero sin predominio de los comunistas.

Las dictaduras comunistas serian instaladas en el transcurso de 1947, cuando Estados Unidos ya ni se preocupaba en disimular públicamente su hostilidad contra la URSS. Tan cierto como que la pretensión de Moscú de disponer de sus vecinos era una muestra indisimulada de imperialismo, cierto era que los rusos habían sido invadidos por occidente dos veces en los últimos veinticinco años. Claramente, por más repudiable que fuese, su accionar era de carácter defensivo.

Las intenciones estadounidenses contra la Unión Soviética quedaron más en evidencia cuando Washington decidió apuntalar la recuperación de Alemania, en abierta confrontación con Moscú, que temía su revitalización y preferían a los germanos débiles.

Pero la presión de Washington se intensificó decididamente cuando Truman fue informado, a mediados de julio de 1945, de que ya contaban con la bomba atómica. Ahora Estados Unidos podía avanzar en solitario sin preocuparse de los intereses soviéticos. Así fue que echaron a las tropas soviéticas de Irán en mayo de 1946. En el país persa los soviéticos mantenían intereses espurios -al igual que los estadounidenses y los británicos, Stalin deseaba explotar los yacimientos iranies-; pero también preocupaciones defensivas, ya que el país persa hacia frontera con el sur de la URSS. Cuando el 2 de marzo de aquel año llegó la fecha límite para la retirada, y aún permanecían algunos soldados en suelo iraní, Truman amenazó con la guerra. Truman concluyó que cuando los soviéticos se enfrentan a una fuerza superior, retroceden, por lo que decidió aprovechar su ventaja. En mayo interrumpió él envió de materiales para reparaciones desde Alemania Occidental, que los soviéticos necesitaban desesperadamente. En julio dejó tropas en Corea del Sur; mientras que, en agosto, decidió mantener presencia naval en el mediterráneo oriental.

La decadencia británica también hizo que el imperialismo estalinista pusiera sus ojos en los estrechos de Turquía, que le darían acceso al Mediterráneo, y que en el Kremlin entendían que era otra de las concesiones que Roosevelt y Churchill le habían otorgado. Pero estas aspiraciones jamás se concretarían. A partir de 1947, Estados Unidos pasó a liderar el domino occidental de la región. Comandó la batalla contra la izquierda griega y se ocupó de la modernización del ejército turco. Pero el congreso era reacio a aprobar el oneroso plan de Truman para estos países, además, los soviéticos habían cesado hacía tiempo sus pruebas militares en el Mediterráneo y la tensión entre ambas naciones había disminuido. Para aprobar su campaña global contra el comunismo, el presidente decidió asustar a la gente convirtiéndola en una lucha entre libertad y totalitarismo. En su intervención ante las dos cámaras del parlamento estadounidense, en marzo de 1947, Truman solicitó cuatrocientos millones para financiar sus planes en Grecia y Turquía, y declaró que había que apoyar “a los pueblos libres que resisten el sojuzgamiento de minorías armadas o las presiones del exterior”. Esta formulación es la que a partir de ese momento paso a conocerse como la Doctrina Truman. El Congreso aprobó el plan. En junio de 1947 Estados Unidos comenzó a enviar personal militar a Grecia. En el mismo año Estados Unidos también reforzó su presencia militar en Turquía, apuntalando la capacidad del gobierno de este país para impedir una ofensiva soviética en la región.

Mientras tanto, en Alemania, a fines de junio de 1948 Estados Unidos aplicó una reforma monetaria en los tres sectores occidentales del Berlín ocupado. La medida fue considerada por los soviéticos como un paso importante hacia la instauración de un Estado occidental alemán independiente y remilitarizado, así como una traición a la promesa estadounidense de que las regiones occidentales (más prosperas) ayudarían económicamente al destruido este del país. También lo tomaron como una descarada provocación directa. Es que el Berlín ocupado por los occidentales se encontraba incrustado en plena zona soviética, a más de ciento cincuenta kilómetros de los territorios alemanes ocupados por Washington, Londres y Paris. Aprovechando esta posición, la URSS cortó los accesos por ferrocarril y carretera, bloqueando Berlín. Stalin adujo que esos accesos se basaban en los acuerdos de guerra que establecían una comisión de control aliada tripartita como autoridad suprema de una Alemania unida; la medida, desde su punto de vista, destruía este marco de consenso, por lo que perdían el derecho de paso.

Truman situó sesenta bombarderos B-29 –en teoría, con capacidad para lanzar bombas atómicas- en bases de Alemania y Gran Bretaña. La crisis se prolongó hasta que el gobierno norteamericano logró una ley en la que se perfilaba la creación de un nuevo Estado alemán en occidente y la creación, en abril de 1949, de la OTAN, con la que, por primera vez en su historia, el país firmaba una alianza militar en tiempos de paz con Europa. En mayo de 1949, solo tras cumplir sus objetivos, Truman accedió a mantener conversaciones sobre el futuro de Alemania; y ahí fue que los soviéticos levantaron el bloqueo. El monopolio atómico había demostrado que Estados Unidos podía conseguir lo que se proponía sin ir a la guerra.

 

 

ESTADOS UNIDOS LE ESTA GANANDO LA GUERRA A RUSIA (I) 


RESIGNIFICANDO EL CONFLICTO

La guerra ruso-ucraniana es más bien una guerra entre Estados Unidos y Rusia. Y es, tan solo, una nueva fase de la lucha estadounidense contra los eslavos. Washington viene combatiendo los rusos desde el fin de la segunda guerra mundial, sometiéndolos a través de una guerra larga, de desgaste y por medio de otros países. Moscú esta perdiendo esta guerra, su zona de influencia en Europa del este (ya sea como la URSS o como Rusia) ha sido totalmente cooptada por los estadounidenses. Estos últimos, entienden que la manera de ganarle la contienda a los rusos no es la conquista total de su territorio (algo casi imposible), sino ir arrebatándole pacientemente pequeñas parcelas, sometiéndolos a un acoso constante que los vaya desgastando de a poco.

Poca cosa puede hacer Moscú ante el poderío económico y militar de Estados Unidos y sus aliados. Y esto también se aplica para el caso del actual conflicto. Rusia no esta ganando la guerra contra Ucrania y es muy probable que no pueda ganarla. Para hacerlo, debería retomar el control de todo el territorio ucraniano, algo que parece bastante imposible. Recordemos que Moscú dominaba toda Ucrania antes de que Estados Unidos se la arrebatara con el golpe de Estado de 2014. La recuperación de una parte del territorio ucraniano por parte del Kremlin no puede ser considerada de ninguna manera como una victoria de Rusia. Sería absurdo pensar que los estrategas del Pentágono no calcularan esta posibilidad como parte de la respuesta de los eslavos, y que no hayan planificado la guerra en función de esta.

En el caso de que Moscú lograse consolidar su poder en las regiones ucranianas anexadas o incluso llegase a dominar todo el este ucraniano, los estadounidenses todavía contralarían una parte de Ucrania (de la que no disponían antes de 2014) y estarían mas cerca de las fronteras de Rusia de lo que estaban antes de 2014. Desde esa posición, Washington podría continuar su asedio, obligando a los rusos a dilapidar recursos en una guerra (fría) interminable. Es a los estadounidenses a quienes les conviene un conflicto largo, de hecho, Moscú hizo todo lo posible por evitar cualquier tipo de confrontación con la OTAN.

La guerra nunca fue una primera opción para Rusia, por lo que difícilmente pueda ganar algo a partir de ella. Y en caso de hacerlo, será pagando un costo tan alto que relativizará cualquier victoria, como sucedió en la segunda guerra mundial. En cambio, Estados Unidos la buscaba casi indisimuladamente: sabía muy bien cuales serían las consecuencias de meterse en Ucrania, considerada una línea roja para Rusia. Por más que las autoridades de Washington digan otra cosa, el escenario actual en Ucrania -aun cuando el panorama continuará variando- se ajusta perfectamente a los objetivos estadounidenses.

 

LAS FUERZAS EN DISPUTA

El aparato de propaganda de ambos bandos, con el objetivo de convencer a sus pueblos que son ellos quienes controlan la iniciativa en el campo de batalla, deforma hasta los elementos más evidentes que hacen a la realidad del conflicto bélico. La verdad es que Ucrania no tiene ninguna opción de vencer a Rusia, así como esta última no tiene oportunidad alguna ante una declaración de guerra de Estados Unidos y sus aliados. La razón de esto es muy simple, la abismal diferencia de tamaño y recursos de cada bando, reflejada por los presupuestos militares de estos.

En 2021 los rusos contaban con un presupuesto militar de US$65.907 millones, en tanto que el de los ucranianos apenas alcanzaba los US$5.942 millones. Por su parte, Washington gastó el mismo año US$ 806.230 millones. A esto hay que sumar el poderío del resto de socios de la Alianza Atlántica. Solo limitando el análisis a los miembros más importantes, hay que decir que el Reino Unido gastó US$67.500 millones, Francia US$56.647, Alemania US$56.513 e Italia US$36.249 millones.

Ante esto, Rusia no tiene nada que hacer, tiene todas las de perder. Es que, a pesar de las bravuconadas de la propaganda rusa, el poderío armamentístico de los norteamericanos y de sus aliados es totalmente superior en calidad y cantidad al de los rusos. Porque si bien es cierto que esta superioridad no tiene por qué traducirse automáticamente en una supremacía en el campo de batalla, no deben ser muchas las oportunidades a lo largo de la historia en que un ejército inferior logro anteponerse a una fuerza superior.

La realidad es que el ejército ruso, casi con seguridad, avanzara en territorio ucraniano hasta que alcance sus objetivos, y que las fuerzas ucranianas entablaran una feroz resistencia que ralentizara esta progresión; sin embargo, tarde o temprano (aunque este no es un detalle menor) se verán sobrepasadas.

Pero este escenario de catástrofe y derrota para Kiev, que resulta bastante claro y obvio, no dice nada sobre el éxito y fracaso de los objetivos de Washington, el verdadero antagonista de Rusia en esta guerra. Los términos del enfrentamiento entre ambas potencias no tienen nada que ver con los que aplican si se limita el conflicto entre ambos países eslavos. Puede ser, que cuando terminen las hostilidades, Estados Unidos cante victoria frente a Rusia, pero seguramente esta no será extensiva a Kiev si se logra gracias a la consigna de luchar hasta el último ucraniano.

 

LOS OBJETIVOS DE ESTADOS UNIDOS

En este punto es necesario dar cuenta de que se entiende cuando se habla de un triunfo estadounidense. Seguramente se debería descartar de plano que una hipotética derrota de Rusia implique para los estrategas del Pentágono, la conquista de todo su territorio. Es casi imposible que esto suceda en el corto, mediano y hasta largo plazo; simplemente por la vastedad de la extensión del país más grande del mundo. La historia prueba de que países económicamente muy superiores a los eslavos -como Francia y Alemania- fracasaron estrepitosamente en este objetivo. Sin embargo, Rusia puede ser derrotada, de hecho, ya lo ha sido anteriormente; por lo que, un desenlace de este tipo implica otros escenarios y consideraciones.

Algo de esto sucedió en la segunda guerra mundial. Si bien los rusos lograron vencer a Alemania, esto se saldó con una completa destrucción de su economía. De las más de 60 millones de personas que perdieron la vida en la segunda guerra mundial, más de 20 millones correspondieron a la Unión Soviética. Para establecer un paralelismo, las bajas alemanas fueron de 5,5 millones. Esto significa que la URSS perdió a entre el 10% y el 20% de su población, mientras que los germanos y el resto de las potencias perdedoras entre un 4% y un 6%. En 1945, además de una población diezmada; su economía agrícola estaba en ruinas, así como su sector industrial, que tanto había costado levantar en el periodo de entreguerras. Al finalizar la contienda, el 25% de los activos de capital de la URSS habían sido destruidos. Para entender esta magnitud, Alemania perdió el 13% e Italia el 8%. Un tercio del territorio soviético, incluidos dos tercios de su base industrial fueron arrasadas por los alemanes.

Lo más probable es que en Washington hayan aprendido de los fracasos de Napoleón y de Hitler, y circunscriban sus objetivos para derrotar a Moscú en la partición del gigante país. Básicamente, la estrategia seria ir arrebatándole pacientemente pequeños territorios de su soberanía. De ser esta la estrategia elegida por la Casa Blanca para vencer al gigante euroasiático, habría que decir que la avanzada norteamericana hace rato que está en marcha. Estados Unidos viene haciéndose con el control de territorios que antes dominaba el Kremlin -ya sea bajo el imperio ruso o la Unión Soviética- desde 1990, cuando la Unión de Repúblicas Socialistas se vino abajo. Desde hace más de 30 años, Washington viene corriendo la línea que dividía el continente europeo entre occidente y oriente -desde aquella de fines de la segunda guerra mundial que discurría por Berlín, Republica Checa y Hungría, hasta llegar a Bulgaria- hacia el este, hasta llegar a las fronteras mismas de Rusia.

Ahora, bajo las sucesivas ampliaciones de la OTAN, la Casa Blanca gobierna (además del oeste europeo y parte del norte) los territorios de Alemania (en su totalidad), Hungría, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Bulgaria, Rumania, Albania (controlados por la URSS bajo la alianza del Pacto de Varsovia), Letonia, Lituania, Estonia (parte de la URSS), Eslovenia, Croacia, Montenegro, Macedonia del Norte, Finlandia y Suecia. Desde esta perspectiva, la guerra emprendida por los estadounidenses contra los rusos no solo empezó hace décadas, sino que la están ganando los primeros de forma inapelable. Además, es una guerra particular: que se maneja con parámetros temporales extensos, diseñada para desgastar al adversario y combatida más que nada por delegación. Es decir, una guerra fría. De hecho, si bien comenzó a ocupar territorios de su antiguo enemigo a partir de 1990, Estados Unidos comenzó a combatir a la URSS no bien finalizada la segunda guerra mundial. Los soviéticos estaban dispuestos a establecer una asociación de paz con los norteamericanos, pero fueron estos los que la rechazaron; Washington comenzó deliberadamente la guerra fría. Y lo hizo con el objetivo de ganar influencia en Europa del este y, posteriormente, de horadar el poder soviético en esta zona.

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