ACERCA DE LA GRIETA
La derecha Argentina entendió correctamente que para poder aspirar a ganarle al kirchnerismo debía resolver el problema de la dispersión de sus agrupaciones políticas. Porque si bien el sistema electoral –con el ballotage- prevé instancias de confluencia partidaria, no es lo mismo llevar a cabo procesos unificadores entre dos actores que entre más. La atomización y excesiva compartimentación conspiran contra las posibilidades de entendimiento y síntesis, por la dificultad que conlleva reducir una multiplicidad de posiciones en una sola. A esto, hay que agregarle que la competencia por el mismo electorado, siempre generara rispideces, imposibles de subsanar en su totalidad por el mencionado mecanismo electoral.
Por lo que el proceso de unificación solo sería posible,
si las divergencias (fueran de la naturaleza que fueran) que separaban a la
derecha, resultaban menores de aquellas que las distanciaban del kirchnerismo. (Todo
lo anterior, se aplica al espectro de la izquierda, en cualquier tiempo y en
cualquier lugar). Pero los problemas no desaparecen con la simple voluntad de
solucionarlos, las diferencias en la derecha persistían (y persisten), y la
evidencia de que lo único que las aglutinaba era el antikirchnerismo, se hizo
insoslayable. Pero como la derecha es proclive a rehuir de la discusión
política franca -siempre ocultando su ideología y con pocos antecedentes
positivos de gestión que mostrar-, la estrategia de diferenciación y oposición debía
discurrir por otros caminos.
Por lo que la derecha identifico al kirchnerismo como el
origen y el único responsable de todos los males de la Argentina. Todos los
desvalores del país les fueron exclusivamente adjudicados. La corrupción
histórica y sistémica fue individualizada y particularizada en ellos. Sus
Gobiernos fueron despojados de cualquier aspecto positivo y reducidos a lo
negativo. En el relato de la derecha, un país modelo fue corrompido, fundido,
saqueado y cooptado por el narcotráfico. En una campaña en la que participaron
la gran mayoría de los medios de comunicación y los altos mandos del Poder
Judicial, se los llamo asesinos, ladrones y narcotraficantes. Si se caracteriza
de esa manera al adversario político, entonces no hay manera de entablar el
mínimo dialogo que posibilite entendimientos básicos, ya ni siquiera políticos,
sino de mera convivencia. Se instituyen dos morales antagónicas, el bien y el
mal divide la política. Ha nacido la grieta. Los buenos de un lado y los malos
del otro -así, en términos absolutos, sin lugar para ninguna relativización-,
separados, pues la coexistencia es imposible. Así las cosas ¿Qué persona de
bien puede defender un Gobierno de ladrones? ¿Quién puede votar por narcotraficantes?
¿Qué colectividad política puede pactar o establecer alianzas con asesinos?
Así fue como el macrismo logro restarle adhesiones al
kirchnerismo, y acumular fuerzas para poder vencerlo. Desato una campaña de
odio a fuerza de mentiras, medias verdades y tergiversaciones. Es decir, llevo
a cabo una campaña sucia contra el adversario. Nada nuevo bajo el sol. Nada que
no se haya hecho antes.
Hay que aclarar que el kirchnerismo no fue derrotado por
esto; si, hace parte en las causas que lo llevaron a dicho resultado.
Pero esta división poco tiene que ver con la
confrontación de clases que postula la izquierda. La estrategia que construyo
la grieta no opero de forma manifiesta para dividir a la sociedad identificando
intereses contrapuestos; fue una campaña de desprestigio que busco anular
completamente una posición política. Mientras a la izquierda le va la vida en
exponer las contradicciones entre los diferentes sujetos sociales, la derecha
siempre se empeña en negar el conflicto, o bien, en relativizarlo. De hecho,
una vez establecida la polarización del escenario político, fue el macrismo el
que denuncio a su adversario como el generador de división, y se arrogo para sí
la tarea de unir a la nación.
Parece bastante claro el intento de la derecha uruguaya
por importar esta estrategia. Se verá con que resultados, porque las
condiciones no son del todo asimilables. No solo el sistema político uruguayo
no presenta las mismas características que el argentino, además, los tiempos de
la derecha uruguaya no son los mismos a
los de la derecha argentina en aquel momento. En esta última, la prevalencia de
un partido por sobre el resto y la intención de aglutinar a los demás bajo su
egida, era clara y aceptada por todos. Pero en la derecha uruguaya, si bien la
alianza es lógica, y ya ha sido materializada
–su perdurabilidad es otra discusión-, su
liderazgo todavía está en disputa, por lo que es esperable cierta competencia
entre sus partes para hacerse con ese lugar, lo que inevitablemente generara desavenencias
en los aliados.
MEDEL BACHINO
Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UDELAR)